El canon de la Grecia clásica–atribuido a Policleto y reconstruido por Winckelmann–establece un conjunto estricto de reglas de proporción y composición para la representación de la belleza de los dioses y los héroes en edad viril. Algo similar, aunque con signo valorativo opuesto en relación con la desnudez, sucedía con el canon de la pintura cristiana, dominante durante la Edad Media y, en América Latina, prácticamente vigente hasta fines del siglo XIX, cuando el cambio de sensibilidad promovido por el liberalismo acercó el gusto (al menos el de las élites) a los patrones neoclásicos, como lo muestra la profusión de frescos alegóricos en los que ninfas y Venus fueron pintadas con frecuencia en los muros y bóvedas de los edificios republicanos con el rostro de las hijas de los gobernantes de turno.