Quince años después, el 14 de noviembre del 2008, durante la exposición Thrive de arte hecho por mujeres activistas, Elia presenta su pieza La cuenta larga II. Un gran lienzo, sobre el cual se ha aplicado una capa de barro, cubre una pared de la galería Diverseworks en Houston, Texas. En el centro se ve una burbuja, entre pared y lienzo, dentro de la cual hay movimientos durante largo tiempo. La galería está llena de visitantes que pasan ante la burbuja, continúan hacia otras obras y vuelven a pasar frente a la burbuja sin que alguien sepa qué es lo que se mueve ahí adentro. Los movimientos son lentos e intermitentes. La abertura que tiene el lienzo no permite ver eso que parece ser vida ahí adentro. De pronto, por la abertura se ve un codo que se asoma tímidamente para entrar de nuevo, pasan largos minutos, un brazo se asoma y se ve un poco más de un cuerpo, se ve piel, pero es eso y nada más. Elia quiso experimentar en una performance la ausencia del cuerpo y de ese impulso nació esta obra. Esta escultura viviente se mueve cuatro horas durante las cuales Elia necesita de un estado meditativo para no ser atacada por la claustrofobia o la desesperación, hasta que el lienzo cede y ella cae lentamente. Luego, como acto no planificado, tiene que salir y caminar entre el público. Elia sale desnuda, apartando de su cuerpo telas blancas y suaves que le sirvieron de amortiguadores, y que deja atrás cual bolsa uterina. Una espectadora la abraza como dándole la bienvenida a este mundo. De esa prueba, de eximir a la performance del cuerpo de quien la hace, resultó un lento nacimiento. La cuenta larga II es uno de los trabajos más cercanos a lo onírico que Elia haya realizado.
Tanto para Elia, por la experiencia de estar durante cuatro horas en esa burbuja suave y oscura, naciendo de a pocos, o en aquella tina pariéndose con dolor y naciendo lentamente, como para quien mira las imágenes que ella produce, estas performances apelan a contenidos del inconsciente, y es ahí donde, sin proponérselo, la performance puede quizá adquirir un carácter terapéutico. Nacer, nacer de nuevo, como adulta, tomar el acto de nacer y presentarlo como arte, crearle una estética particular y nacer en una galería, en un teatro, y no en un hospital, tener el poder de decorar y situar el propio nacimiento, jugar a devolverse en el tiempo para revisar la herida primordial y los dolores heredados, nacer ahora por voluntad propia y para el arte, nacer sin madre y como madre de sí misma, verse como realizadora y espectadora consciente de su propio nacimiento, volver a lo que una vez sucedió y ahora debe recrearse, e invitar a quien asista a su llegada a este mundo, a su auto-restauración, son posibilidades dadas por la performance. Por ello, echar mano y acudir al arte de performance es como echar mano y acudir a un ritual. Solo sabemos de las pequeñas diferencias entre ambas búsquedas de sanación pero no de las mayores.