Cordera de Diosas
Que quitas el pecado del mundo
Ten piedad de nosotras
Las diosas, que sabemos existieron, terrenales, en tiempos paleolíticos anteriores al monoteísmo y al patriarcado no fueron, en miles de años, corderas de ningún dios, es decir, entidades de sacrificio a un dios superior. La idea del Cordero de Dios está al servicio de otra idea que la antecede y le es superior, y es la idea del pecado original del que, se nos dice, Jesucristo nos vino a redimir con su sangre en la cruz. De aquellas diosas primigenias acaso quede, además de sus figurillas encerradas y tristes en urnas de museo, solo un recuerdo de transmisión filogenética, más que un culto no corroído por la idea de un dios masculino y mayor. Pues a partir de cierto momento, muchas diosas sí fueron corderas, sacrificadas una por una en nombre de dioses únicos, guerreros rudos y castigadores, de quienes reyes, chamanes, sacerdotes, teócratas y juristas fueron “adquiriendo por vía directa” leyes que ordenaron y esclavizaron a hombres y mujeres de variadas y diferenciadas maneras. Sin embargo, seguramente por una toma de conciencia de lo ardua que resultaría la tarea de imponer el monoteísmo, de lograr que los fieles se deshicieran definitivamente de prácticas ancestrales como la adoración a diosas, el cristianismo en su vertiente católica impulsó el culto a una sola. María, Madre de Dios, a pesar de que ese hijo dios no hablara de ella en los evangelios, y de que en el Nuevo Testamento con escasas excepciones se mencione, surgió como una diosa disminuida, sierva condenada a la virginidad y la obediencia. Con ella, quedó establecido y decantado, a través de ya demasiados siglos, el modelo de mujer y de madre que hemos de perpetuar, el de la virgen-madre, madre pecadora por mujer, pues lleva en su ser también a Eva, y madre santa por obligación de castidad. Por todo ello y por más, La Rosaria en Elia surge en contraposición a esa virgen celeste, esclava de las necesidades de útero de un dios que quiso ser padre y nacer hombre porque, habiendo condenado a todos sus hijos a un pecado original, decidió luego cargarles además la culpa de la muerte de su hijo único. Pero La Rosaria no va dirigida a esa madre semidiosa de los evangelios, sino a todas las mujeres, a la madre terrenal que somos, con o sin hijos, a ese ideal de virgen madre-esclava con la cual crecemos y que, por esclava, al mismo tiempo despreciamos. Y si algún acto de piedad le pide a ella La Rosaria es el de no continuar transmitiéndonos ese modelo de cordera que pervive gracias a la ideología del pecado.
Santa Virgen de las prostitutas
Madre de la diosa
La Rosaria es una oración apócrifa que le habla a una virgen pagana y prostituta, es decir, nos habla a las mujeres que sí fornicamos y concebimos hijos por medio del sexo, pecadoras por ello y por más, madres de hijos e hijas a quienes, a pesar de tanto pesar, educamos para perpetuar el patriarcado, madres de hijas-diosas a quienes traicionamos enseñándoles la esclavitud.
Madre sucísima
Madre promiscua
Madre puta
Madre con mancha
Madre corrupta
Por tanto, esta madre, dueña de cuanto atributo contradiga lo inmaculado de la Virgen, es la madre que conocemos y en la que nos convertimos a partir de la grandiosa sinergia generada por el encuentro del patriarcado con la figura de la Virgen María que creó el catolicismo. Así, como reza La Rosaria, somos las mujeres desde entonces: madres por obligación, sucias por naturaleza, putas y promiscuas por hijas de Eva, corruptas y corruptoras, peligrosas y locas por impulsos uterinos, dolorosas por mandato. No hay letanías suficientes para describir a la madre que somos y de la que venimos. Más que eso, damos un amor corrupto, cargado de represiones asumidas como imprescindibles cuando en realidad son mandatos ajenos, un amor cargado de complicidades con las más horribles formas de dominación.
Madre insolente
Madre admirable
Madre del mal consejo
Madre imprudentísima
Virgen digna de compasión
Virgen digna de alabanza
Virgen poderosa
Virgen infiel
Pero, a pesar de todos los atributos a esa madre rebajada, La Rosaria es una oración necesaria que no se queda en la destrucción. Insulta a esa madre-modelo a la vez que apela a su fuerza, le reclama su lamentable papel y le recuerda su capacidad de revelarse contra los mandatos milenarios de obediencia, castidad y dolor. Este es, por tanto y a diferencia de El Rosario, dirigido a una madre sierva voluntaria y feliz con su castigo, un rezo que expresa el odio necesario y la necesaria reconciliación para con esa madre que hemos tenido y hemos sido.
Ideal de ambigüedad
Morada de sabiduría
Honor de los pueblos
Modelo de contradicción
Esta oración revela una necesaria toma de conciencia. Después de las mil tormentas por las que pasamos, hemos de saber que nuestras madres, a pesar de habernos hecho esclavas ya desde nuestra vida en su vientre, esas madres ambiguas, colaboradoras fervientes de un modelo injusto, esclavizadas y esclavizantes, llevan en sí, a nivel molecular y junto con el amor corrompido y la vitalidad rota, la información que les señala el imperativo de su liberación.
Rosa despreciada
Fuerte como una torre
Hermosa como una torre de marfil
Puerta del cielo
Estrella de la mañana
Por tanto, esa existencia de rosa despreciada, quizá la única alusión directa a la virgen en La Rosaria, en tanto madre de un hijo que la negó llamándose hijo del hombre, convive con la erguida mujer de marfil y luz de la mañana, rasgos que se ocultan, tantas veces toda una vida, detrás de los supuestos pétalos sucios, que son los que hacen de la madre el modelo de la contradicción.
Salud de las enfermas
Refugio de los pecadores
Consoladora de las afligidas
Auxilio de las paganas
Porque en el fondo, la sabemos así, un poco diosa sanadora y a la vez cómplice de aquello que reprime pero que en el fondo sabe que no está mal. No hay refugio mejor ni peor que la madre patriarcal, más seguro y más arriesgado, y renunciar a ello duele y sana, y a veces permite regresar a ella y verla como es, vernos como somos.
Reina de las matriarcas
Reina de las profetas
Reina de las apóstolas
Reina de las que no viven su fe
Reina de las no castas
Reina de todas las santas
Por ello, una de las falacias de El Rosario es llamar a la Virgen Reina de los patriarcas, pues no hay patriarca que logre ver en una mujer a una soberana. Históricamente, donde ha habido una profeta los patriarcas han visto una bruja, donde una apóstola una loca. Santas, en cambio, sí que las ha habido, santas son aquellas dolorosas y postradas, de cuerpos negados al placer y al gozo en esta tierra, que han apostado a una vida después de la vida y así han perdido la vida.
Reina concebida con pecado original
Reina elevada al cielo y al infierno
Reina de la Santísima Rosaria
Reina de la paz
Por eso, ya hacia el final y en nombre de una redención imposible, La Rosaria no deja lugar a dudas y nombra a quien adora y desprecia, a esa cuyo pecado original es seguir pactando con su verdugo y teniendo el infierno por cielo.
Cordera de Diosas
Que quitas el pecado del mundo
NO NOS DES PAZ!
Y después de describir a la madre, tan sucia y ambigua como es, para luego elevarla a la posición de reina, vuelve La Rosaria a convertirse en lo que fue solo en los tres primeros versos, una plegaria. Y si bien al inicio ruega por piedad, finaliza con una solución radical suplicando un cambio para el cual la ausencia de paz se hace indispensable en tanto la paz, esa paz que se supone trae el cumplimiento de las leyes de Dios y los hombres, es una paz despreciable, su precio es demasiado alto porque se paga entregando la dignidad, la libertad de pensamiento, palabra y obra, y se vive en la omisión.