Elia Arce es una artista plena que tiene, entre muchas otras virtudes, la de haber logrado consolidar diversas formas de proyección desde una independencia admirable. Actriz formada académicamente es también artista del performance y realizadora de video, y esa multiplicidad de funciones proyecta quizás, las propias peripecias de su estabilidad precaria, de su permanente inquietud, a partir de que ha pasado la vida trasladándose de un lugar a otro. Su montaje titulado Primera mujer en la luna (2001), propone una exploración en el espacio de esa suerte de nomadismo que la conduce a repasar, desde Joshua Tree, en el desierto de California donde vivía en el momento en que lo creó –y del que ya, por no variar, se ha movido–, su identidad mutante, que traspasa fronteras en un viaje que le sirve para examinar la historia de Centroamérica y la militarización de la región por los Estados Unidos.
La performera combina en la escena la presencia de su cuerpo, buena parte del tiempo desnudo, con la disposición conceptual de los elementos en el espacio –una maleta, una cámara fotográfica, elocuentes signos del viaje, más un cesto plástico, una jaula, un vaso de cristal, agua, tierra, flores, prendas de vestir…– y con la proyección de imágenes que recorren el paisaje rural verdísimo de su país de nacimiento, autopistas e intercambios viales de Los Ángeles, la aridez del desierto y la del paisaje lunar.
Elia hace de su propio cuerpo una especie de mapa de su existencia migratoria, una suerte de geografía política de su memoria histórica, a partir de que dice, al inicio de la puesta: “Desde que salí de Costa Rica he vivido en veintisiete lugares”. A lo largo del montaje, es la muchacha pueblerina con guirnaldas de flores en la cabeza; es el miembro de una humilde policía costarricense, considerada entonces casi innecesaria y formal que, capa a capa de ropa militar camuflada, de intervención en intervención norteamericana, abierta o solapada, se convierte en un marine de evidente potencial mortífero. Es la mujer extraviada en la tierra extraña, la que pierde lo que iba a ser su primer hijo por falta de condiciones sanitarias. Con sus manos transforma un poco de barro húmedo en el niño perdido, y representa materialmente la maternidad cercenada. Es la testigo de maniobras de prueba en el desierto, agresivas para la salud y de alcance potencial para quién sabe qué nueva invasión militar imperial. La experiencia compartida nos involucra en un rito del viaje, físico e interior, que recorre su historia personal.
Al desnudarse una y otra vez, Elia se rebela contra la mirada cargada de sexualidad que denunciara Jean Franco (1996) al afirmar como: “…el cuerpo de la mujer sigue siendo definido según una moralidad católica, en medio de una sociedad de consumo caracterizada por la incitación del deseo”. Siempre me ha admirado la rotundez del acto, el modo desinhibido de asumir el desnudo en un intercambio con los espectadores que se proyecta y se desenvuelve como una relación sencilla, curiosa y paradójicamente en un clima para nada extracotidiano, y que alcanza una dimensión humana conmovedora y entrañable.
La artista es también la mujer temerosa que se enfrenta a lo nuevo, a lo distinto, al otro. Y que es impactada dolorosamente por la evidencia deshumanizada de las relaciones interpersonales en el mundo en que vivimos. Y cito del texto de Primera mujer en la luna:
‘Te tengo miedo’, le dije a mi nuevo amigo, el curandero. Un indio americano, quien había sido soldado de las fuerzas especiales estadounidenses. Su misión había sido la de entrenar indios misquitos en Bluefields, Nicaragua, para que pelearan en contra de nosotros. ‘Algunos de mis amigos murieron allí’, le dije. ‘Algunos de mis amigos murieron allí también’, me dijo. Sacó una pluma de águila y la puso en mis manos. ‘Una pluma de águila herida para una guerrera herida. De un guerrero herido a otro, ¡que no haya indio contra indio nunca mas!’
Elia imprime sobre la piel de su torso signos sociales que la han acompañado en su trayectoria de vida y como artista: un ofensivo letrero de “inmigrante, vete a casa”, que después borrará y dejará sólo, indeleble, el final del texto que dirá “mi casa”. Desde su no lugar, que habla del desarraigo y de una identidad permanentemente en conflicto, erige un lugar de afecto, lunar, femenino, basado en la memoria como uno de los valores más preciados de sobrevivencia y de aprendizaje cultural y humano, práctico y emotivo. Por eso Primera mujer en la luna es también una exploración física y sensorial acerca de los espacios vitales, ficcionales, imaginarios, sensoriales.
Ubicada en una perspectiva deliberadamente experimental, que mezcla la experiencia del teatro con la del performance, Elia no representa a un personaje psicológicamente delineado, sino que se presenta a ella misma, con sus recuerdos y obsesiones, y a la vez presenta situaciones similares y conocidas de otros seres humanos cercanos. Su accionar tiene una impronta provisional, sus gestos y movimientos tienen una calidad otra, donde la precisión no es siempre el rasgo más importante pero donde se percibe un sello inequívoco de autenticidad.
Me fascinó la eficacia de su discurso cuando la “descubrí” en el Festival Internacional de Teatro Latino de Los Ángeles en 2002, cumplí un sueño cuando la programé en la Temporada de Teatro Latinoamericano y Caribeño Mayo Teatral 2004, que curé desde la Casa de las Américas y pude disfrutar en el Centro Cultural Brecht, de La Habana, a los espectadores cubanos interactuando con Elia. Pero mi profesión me depararía aún otro momento especial relacionado con su trabajo cuando en octubre de 2004, de paso hacia el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, me invitaron a impartir una conferencia sobre el discurso femenino en el teatro latinoamericano, en el Ayuntamiento de Peligros, cercano a Granada.
Camino al foro en compañía de los anfitriones, pensé que iba a enfrentarme a un grupo de académicos y profesores locales. Cuál no sería mi sorpresa al llegar al lugar y encontrar que esperaban por mí alrededor de cuarenta mujeres de la tercera edad, acompañadas de media docena de hombres también mayores. Al inicio –¡ay, los prejuicios que cargamos!–, me sobrecogió el temor a que los temas o las imágenes en video que iba a proponerles pudieran escandalizarles o les aburrieran. Luego puse mis mejores energías en hacerles el discurso atractivo y las ilustraciones familiares. Durante más de una hora se mantuvieron atentos e interesados. Y cuál no sería mi sorpresa al concluir e invitarles a comentar o preguntar algo, cuando una señora de las más viejas, calculo que octogenaria, sentada en medio de la primera fila, sin pedir la palabra empezó a contar cómo el pasaje del aborto que Elia Arce re-crea con un feto de barro en Primera mujer en la luna, le había recordado cuando ella era muy joven y trabajaba recolectando olivos en el campo, con una amiga. Cómo un día su amiga le había pedido acompañarla tras unos árboles cercanos para orinar, y –rectificó– “en aquel momento se decía mear”, y ellas pidieron permiso al capataz, que era muy recto, y fueron, y cuando su amiga se agachó, vio como le brotaba un chorro de sangre entre las piernas, se asustó mucho y tuvo que prestarle sus propias bragas para que la muchacha, que estaba abortando, pudiera protegerse. Ella explicó al capataz lo que pasaba y logró que les permitieran irse, llevó a su amiga a su propia casa, para que su madre le preparara un vaso de leche caliente, porque la familia de su amiga no sabía ni podía saber que la muchacha estaba embarazada.
El relato fue tan vívido, la voz de la anciana había salido como un torrente siguiendo el dictado de una memoria activada por el impacto y la fuerza de la imagen escénica para contar algo ocurrido hacía más de sesenta años y de lo que, según dijo, nunca antes había hablado, que pensé que aquella sola experiencia hacía de mi conferencia un acto valioso. Y reafirmaba la poderosa energía y el talento de una artista costarricense, latinoamericana y universal.
* Ideas expuestas en este trabajo han aparecido ya en “Estéticas y políticas del espacio en Elia Arce y Ana Correa”, Affidamento, mujer y cultura, a. 2, n. 13, Ciudad de México, 2da. quincena de enero de 2010, pp. 5-6, y forman parte de un ensayo mayor sobre discurso femenino en el teatro latinoamericano, en proceso de edición.
Referencias
Franco, Jean. 1996. “‘Desde los márgenes al centro’ tendencias recientes en la teoría feminista.” En Marcar diferencias, cruzar fronteras. Santiago de Chile: Editorial Cuarto Propio, 1996.